Cuenca recuerda a su Patrón y segundo obispo en su festividad: San Julián
El día 28 de enero, se cumplen 814 años de la muerte (2022-1208) de San Julián, Patrón de Cuenca y segundo obispo de la ciudad. Día festivo en la capital conquense para recordar al ilustre obispo San Julián, en la Catedral que lleva su nombre, que se convertirá en el centro del culto junto a su tumba para acoger una misa pontifical en su honor en el altar mayor.
San Julián mozárabe y probablemente toledano, llamado Julián ben Tauro, aparece de lleno en la diócesis conquense en la primavera de 1198, cuando Cuenca y todo su territorio se estaba constituyendo tanto en lo civil con en lo eclesiástico. Sustituye en el cargo al primer obispo, don Juan Yánez, también toledano y mozárabe, que murió en diciembre de 1197, sin haber podido finalizar la puesta en marcha de la diócesis, erigida por el papa Lucio III, a petición del rey Alfonso VIII, en 1182, como dependiente de Toledo.
Julián ben Tauro fue elegido obispo de Cuenca, cuando se hallaba al frente del arcedianato de Calatrava, en el arzobispado toledano. Demostrando ya sus habilidades y dotes para salir airoso en la solución de problemas que se fuesen presentando y aún en los conflictos que habrían de darse a la hora de desempeñar el cargo, uno de los más importantes en el cabildo toledano, con categoría casi episcopal.
Al firmar un documento el 25 de mayo de 1198 en Toledo, referente a una donación, que hace el presbítero Pedro de Tielmes a la iglesia toledana y a su arzobispo, a la hora de firmar, Julián ya toma el título de obispo de Cuenca.
Su talante y la forma tan noble de ser y de actuar, hizo que pronto se ganará el respeto y devoción de aquellas buenas gentes, que, procedentes de tierras del norte, como eran Castilla, La Rioja, Navarra y el sur de Francia, habían llegado para repoblar el territorio recién conquistado a los musulmanes, para comenzar a construir la diócesis conquense.
Conforme va pasando el tiempo, el nuevo obispo San Julián, va realizando actos hacia los demás donde va demostrando su sana intención y determinación en todos ellos. Procura desde su cargo la concordia, la prosperidad, y hasta la educación no sólo de los suyos, los cristianos, sino igualmente de los no cristianos, judíos y musulmanes. Ese deseo de paz, y lucha entre todos sus diocesanos es una constante en la vida pastoral de San Julián. Así lo documentan los textos referidos a él, desde su llegada a Cuenca.
San Julián puso en marcha la obra de la catedral, que dedicó a Santa María, una de sus profundas devociones, no llegó a verla terminada. Además trabajó de forma espinosa para dar solidez al cabildo catedralicio, ya instituido por su antecesor en el cargo. Creador en 1201, del primer Estatuto dirigido a los canónigos conquenses donde pone de manifiesto su preocupación por el bienestar material de sus componentes. En este documento se conserva la firma de San Julián, única de las existentes en los archivos conciliares de la Catedral. En los toledanos hay alguna más.
Los donativos reales, que comenzaron a cobrar cuerpo con el primer obispo, tuvieron su continuación en el pontificado de San Julián. Alfonso VIII confirmó las correspondientes a las comarcas de La Obispalía, que tenía su cabeza en Huerta, donde se hallaba el castillo principal. Y además las de los castillos de Paracuellos, y Monteagudo, éste con la villa de Pareja con todas sus aldeas. La mayor parte de las rentas de todas las posesiones de la mitra San Julián “el obispo limosnero” las empleaba en sus pobres.
Una de las entregas de San Julián, que se convirtió en predilección fue la oración solitaria. Se retiraba con frecuencia, al paraje del Tranquilo, en el cerro de la Majestad, donde junto a una cueva, en la que manaba una fuente, tejía cestas de mimbre, para con su venta ayudar mejor a los olvidados y excluidos.
Realizó numerosos viajes por sus diócesis, gestionando remediar necesidades, que en algún momento llegaron a ser desastrosas. Tal es el caso de la penuria o incluso falta de alimentos o la invasión de graves epidemias que se cebaban en los más desafortunados, quedando en el recuerdo de las gentes las intervenciones extraordinarias de su pastor como fidedignos e inequívocos milagros.
San Julián supo ser no sólo el obispo culto y vigilante, sino además y sobre todo, un verdadero padre de los más pobres, justificando desde el primer momento el apelativo de Vere Pater Pauperum.
No es de extrañar que, muerto en enero de 1208, su sepulcro, situado al principio en tierra en la capilla de Santa Águeda, cercana a la parte derecha del transepto, se viese en seguida visitado por multitud de fieles de todas clases y condiciones, conscientes de que en aquel lugar habían depositado un santo.
Desde mediados del siglo XV ya se celebraba su fiesta el 28 de enero, con toda solemnidad. En 1518 el Cabildo determinó cambiar su sepultura a otro lugar mejor preparado. Entonces se pudo comprobar, al levantar la losa con que había sido cubierta la sepultura, que su cuerpo se conservaba incorrupto. Con el descubrimiento aumentó la devoción y los meses que estuvo expuesto, hasta que fue solemnemente depositado en la nueva capilla, llamada más tarde de la Reliquia.
En 1760 se hizo nuevo traslado a la llamada, desde entonces, Capilla del Transparente, a espaldas del Altar Mayor, que por entonces también sufrió sus transformaciones, con abundante empleo de jaspes de colores, blancos mármoles y bronces dorados, todo ello, al igual que en el Transparente. Convirtiendo la misma en la capilla más suntuosa y esbelta de cuantas existen en la Catedral, que él mismo, puso en marcha.
Comentarios
Publicar un comentario