Rehabilitado el antiguo Alfar de Pedro Mercedes: Genio entre los cacharros
“Oficio noble y bizarro entre todos el primero, porque en el trajín del barro, Dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro”.
La antigua casa-estudió-horno y alfar de Pedro Mercedes ha sido rehabilitada y convertida en un Museo y Centro Cultural con el que el Ayuntamiento conquense quiere poner en valor la figura de un alfarero que elevó a la categoría de arte el que fue el más humilde de los oficios.
El colectivo Lamosa-Laboratorio Modulable Artístico- dedicado a la producción y difusión del arte, será el encargado de gestionar el Alfar de Pedro Mercedes.
Pedro Mercedes traspasó las fronteras de la alfarería y la convirtió en maestría, pintura, en escultura y en una seña de identidad. Absolutamente autodidacta. Su ciencia es tan vieja como la tierra, cursada de su propia imaginación.
En cada obra creada conviven dos espacios por un lado: sus profundas raíces conquenses de aquella Cuenca de Las Ollerías y otro de mitología ancestral que desarrollaba su mente.
Cuando las manos de Pedro Mercedes acariciaban el barro, empezaba a actuar su magia, lo mismo daban vida a una perdiz pinta de ojos de niña, que a ninfas, bacos, minotauros, y magos que solo habitaban en sus sueños.
Acompañado siempre por su fiel ayudante, colaborador y entrañable amigo José Martínez Culebras, “Josele” como le llamaba Pedro Mercedes. Con él desde los inicios del año 50, siempre fue la mano derecha del maestro en el torno, en el barro y en la vida misma. “Déjame que yo haga el cuerpo, para que más tarde tú pongas el alma”, le indicaba su devoto e inseparable “Josele”.
El destino le llevaba a conocer a Florentino Marchante, el alfarero. Su estrella sobrenatural estaba echada y los sucesos y acontecimientos que sellaron su vida quedarían siempre relacionados con el barro. No con el mundo del toro como pretendían su padre Tomás Mercedes y su padrino Pelaspigas, banderillero y peón de confianza que fue del gran Marcial Lalanda.
Su encuentro con el torno de su padrastro y la forma de trabajar el barro sometiendo y venciendo la arcilla con sus manos, hasta crear la “obra”, hechizo y comprimió el corazón de Pedro Mercedes. En ese mismo instante supo que ya nunca podría dedicarse a otra cosa que al celestial oficio de alfarero.
Al entrar el Alfar de Pedro Mercedes sigue oliendo a fragancia de tierra mojada, aunque no haya llovido. Allí palpita todavía el horno que su amo Pedro, encendió por última vez en diciembre del año 88, esperando dormido que vuelva a florecer el fogonazo.
Se siente la presencia de algún duende que decidió quedarse para siempre en el alfar de los sueños de Pedro Mercedes. El torno también quiere manifestarse a los visitantes como parte primordial en la vida del alfarero. Y en un extremo de su mesa de trabajo, se apiñan unas cuantas vasijas desnudas en barro, “erigidas a su modo”, como siempre, para recordar la figura del alfarero de Cuenca.
En el Alfar también se puede contemplar el horno árabe de Pedro Mercedes, con más de 400 años de antigüedad. El único de su especie que queda en el paraje de los “alfares”, después de las “ollerías”. Ese fuego cómplice de su magistral obra, que daba paso al milagro de la obra terminada.
El Alfar ha cobrado de nuevo vida para aquellos que quieran acercarse a descubrir el mundo fantástico donde dejó plasmados el “genio del barro” sus fantasías y la evolución de su proceso creativo. Al entrar se observa en sombras la figura de un alfarero sentado sobre un banco, haciendo girar la rueda mediante un movimiento de pie creando “Toros Ibéricos” en la cabezuela donde está colocada la pella de barro.
…”Ese ruido del barro cociéndose, hay que sentirlo, escucharlo. Es cuando el barro llora por el alfarero. La tierra llora por ti…”
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