INTRODUCCIÓN.
El 17 de enero de 1983, en el más absoluto olvido y expatriado
de su lugar de origen, Fuentelespino de Moya, (Cuenca), huérfano del olor al
espliego en el Calarizo, que le vio nacer y sin poder escuchar por última vez
el sonido cantarín del agua en los Tornajos de Moya, fallecía en su casa de
Madrid, en la que subsistía sólo y casi en los umbrales de la pobreza total, el
profesor de la escuela de Bellas Artes y académico de san Fernando, Luis Marco Pérez,
a los 86 años de edad, en este año de 2013, se consumarán treinta años de su
desaparición, y desde la Asociación Cultural de la Venerable Hermandad, de
Jesús Orando en el Huerto de la parroquia de San Esteban, de Cuenca, pensamos
que es obligatorio y meritorio hacerle un homenaje de recuerdo a este virtuoso
catedrático del modelado y de la escultura en madera.
Mencionar a don Luis, es citarlo con gubia en mano labrando, y creando vida, en los olorosos troncos de las maderas nobles, estampando en sus obras la serenidad más augusta, y concediendo a sus imágenes fuerza, belleza y dulzura, que son puestas al servicio de la propaganda de la fe. Corresponde, por tanto de un obligado cumplimiento dedicar estas páginas de la revista Getsemaní, guía y punto de referencia del mundo nazareno, al que ha sido considerado uno de los escultores más importantes de la imaginería religiosa del siglo XX, junto a José Capuz, y a Federico Coullaut-Valera, es importante destacar que Marco Pérez, es el más prolífico escultor de nuestra semana santa, al contar actualmente con diecinueve obras en la misma.
VIDA Y OBRA DE NUESTRO PROTAGONISTA.
Nuestro protagonista, viene al mundo en un contexto de una España, muy campesina, y rural, su padre Francisco Marco, hombre esforzado y porfiado, combina las labores agrícolas, con las de carpintero en su domicilio particular. Es en ese taller donde el pequeño Luis, emprende una labor primorosa, sus agiles manos comienza a trazar dibujos y modelados de santos con los que divertía a sus compañeros de juego, fruto de una sensibilidad artística de los genios, poco a poco alecciona su gran inspiración, proporcionar forma a un madero, ayudándose para ello de sus dedos y sus sentidos avivados.
Don Luis, fue un gran conocedor de la talla de madera, abandono su lugar de origen, para trasladarse al levante español, en concreto a Valencia, donde ingresó en la Escuela Oficial de Artes e industrias, especializándose en escultura en la Escuela Superior de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos. Concertando sus estudios con el trabajo, primero, como aprendiz en el taller del imaginero Modesto Quiles y más tarde, en el de los hermanos Sanchis Lázaro que confeccionaba medallas.
El año 1919, es decisivo para el joven fuentelespinero, pues ganó por oposición la beca que el Círculo de Bellas de Valencia concedía para estudiar en Madrid. Sería en esta metrópoli madrileña, núcleo del arte en todas sus modalidades, en donde Marco Pérez, desarrolla y amplia toda su formación, orienta estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, cursa anatomía en la Facultad de Medicina, trabaja en el taller de José Ortells López que se erige en su maestro, comienza a realizar las primeras obras, que atesoran el costumbrismo, y la precisión en el detalle corporal y el clasicismo-naturalismo aprendido de su maestro, fija su interés en otros escultores de la época que le causaron honda impresión Victorio Macho (1887-1966) y Julio Antonio (1889-1919).
Un año después, el Círculo de Bellas Artes de Valencia renueva la beca al artista encomendándole, que se brinde a aprender “arquetipos “de España, razón que le hace volver a conectar con su tierra natal, de sus excursiones por la provincia de Cuenca, nos han quedado no pocos dibujos y esculturas de una gran calidad; El teólogo de Uclés, La princesilla de la Hinojosa… que exhibirá con gran éxito de público en el Ateneo Conquense, reconociéndole la Diputación Provincial su mérito como escultor, le concede un viaje de estudios a Italia.
Dos años después la autoridad artística como escultor a nivel nacional de Marco Pérez, es incuestionable siendo premiado con la tercera medalla en la bianual Exposición Nacional por El alma de Castilla es el silencio… Cuenca, pequeño busto en bronce comprado por el Estado para el Museo de Arte Moderno y hoy en el Museo de Cuenca.
Su pasión por el Renacimiento, movimiento cultural desarrollado en el campo de las artes en Europa Occidental en los siglos XV y XVI, le lleva a viajar a Italia,(Roma, Florencia, Pisa, Padua, Siena, Bolonia, Venecia), lugar de nacimiento y desarrollo de este pensamiento ideológico, para conocer las grandes obras, que en aquel lugar germinaron. Su admiración se consolidada también por la escultura griega clásica, que ha sido considerada durante mucho tiempo la cuna del desarrollo del arte escultórico en la Antigua Grecia.
La escultura clásica desarrolló una estética que combinaba los valores idealistas con una representación fidedigna de la naturaleza, pero sorteando la caracterización y la interpretación excesivamente realista de las sensaciones, creando un ambiente de equilibrio y armonía en las figuras.
Toda esta ilustración artística, tan atrayente, acumulada en su viaje, proporcionará al escultor el principio de su estilo propio, ostensible y notorio en su obra Idilio Ibérico, escultura que sirve para que el autor pueda satisfacer a la Diputación provincial su beca otorgada.
En su presentación en la Exposición Nacional del año 1924, el escultor conquense, recibe su segunda medalla, por la obra Idilio Ibérico, en el cual nos revela su enlace con el clasicismo mediterráneo ya retocado por las influencias de la obra de los creadores franceses August Rodin (1840-1917), y de Aristide Maillol (1861-1994). Rodin, (escultor contemporáneo de la corriente impresionista, enmarcado en el academicismo más absoluto de la escuela escultórica neoclásica.
No solo fue el escultor encargado de poner fin a más de dos siglos de búsqueda de la mimesis en las artes tridimensionales, sino que además dio un nuevo rumbo a la concepción del monumento y la escultura pública.
Debido a esto, Rodin, ha sido denominado en la historia del arte como el “primer moderno”. Aristide Maillol (sus esculturas tienen un carácter a la vez solemne y sencillo, con un gran equilibro y siempre enmarcándolas en figuras geométricas, centrándose en el desnudo femenino.
Hace un segundo viaje a Italia, ampliándolo el mismo, para no dejar de visitar los muesos de Austria; Alemania, y Francia, de regreso a España, se ubica en Cuenca, donde realizaría el monumento a los Soldados conquenses caídos en la guerra de África, tras ganar el concurso convocado por el ayuntamiento de esa capital. Los años posteriores son de agudo trabajo combinando sus creaciones con el realismo de firmeza castellana y la perfección clásica del mediterráneo: realizando en 1925 la Cabeza del ganchero, también conocida como Maderero y la Alegoría del Trabajo (museo de Cuenca), son fechados en el año 1930, dos virtuosas esculturas de un mismo tema: El carnicero de Bocairente o Hachero.
Marco continuó su ascensión, presentando en la exposición Nacional de Bellas Artes del año 1926, la obra “El hombre de la Sierra” o (El hachero o El leñador), donde obtiene la primera medalla, esta pieza sería adquirida por el Estado con destino al Museo de Arte Moderno y cuyo vaciado se exhibe hoy en el parque de San Julián de Cuenca, conservándose en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía el original fundido en bronce. En esta obra el autor consigue reflejar el ser espiritual y el ser físico, es decir el alma y el cuerpo de los pastores y serranos de Cuenca, modelados con realismo acentuado y minucioso, ciertamente casi contiguo en el expresionismo.
El primer encargo para la realización de sus muchos pasos para la Semana Santa de Cuenca, lo recibe en una comida en su nombre en el Círculo de la Constancia (El Casino), el 28 de junio de 1926. La corporación municipal tiene a bien nombra a Luis Marco Pérez, hijo predilecto de la ciudad de Cuenca.
Los éxitos profesionales se fueron entretejiendo con amargos sinsabores familiares (muertes sucesivas de sus hermanos Maximiliano, María Gregorio, grave enfermedad del padre) y con hondas satisfacciones íntimas: el 15 de enero de 1927 se casaba con María del Carmen Sevillano López. Esta mujer, habría de ser a partir de ahora compañera y musa de nuestro conciudadano.
Es nombrado profesor de la recién creada Escuela Provincial de
Artes y Oficios instalándose los recién casados en Cuenca. En 1928 el
Ayuntamiento de la capital le nombra escultor municipal, es en estos años,
fruto de la producción que le obliga el cargo y de su particular iniciativa,
cuando la obra de Marco Pérez crece y se afianza: los monumentos a los mecenas
D. Lucas Aguirre y Juárez y Doña Gregoria de la Cuba y Clemente, ambos en el
Parque de san Julián en Cuenca; la restauración de la imagen de la Virgen de
Tejeda dañada en el incendio de san Bartolomé de Moya, durante el Septenario de
1927; los primeros pasos procesionales (La Santa Cena, El descendido, Cristo
agonizante) todos de una gran calidad pero que desgraciadamente desaparecerían
en las angustiosas jornadas de la última Guerra Civil; El pastor de la
Huesas del Vasallo, hoy en la subida a las Casas Colgadas, frente al puente
de san Pablo. Esta obra junto con otros bronces, fue el motivo de que por
abrumadora mayoría fuera galardonado con la Medalla de Oro del Círculo de
Bellas Artes de Madrid en 1930. Es justo y necesario indicar que tan importante
distinción la habían ganado hasta entonces sólo el escultor Mariano Benlliure y
el pintor Eugenio Hermoso.
Un hecho importante para Marco, es el procedente de su nombramiento como profesor de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Valladolid, en el año 1932, donde entraría en contacto directo con la obra de los grandes imagineros barrocos castellanos, conoce de primera mano la expresividad, el realismo, un tanto recio pero no vulgar ni morboso, apreciándose todos esto rasgos en las esculturas de sus rostros, en la forma de destacar las partes más significativas y en los elementos que añade, dejando honda huella en su obra, conforme avanzaba su madurez artística, hasta llegar a mostrarnos la representación de la figura humanoide con una objetividad perfecta en todos sus aspectos, tanto en lo más sublimes como los más vulgares.
Concierta su trabajo de profesor con la elaboración constante de
su obra y la participación asidua como miembro del jurado de diversos concursos
primorosos. Nuestro protagonista es un ser sereno y circunspecto, que no ayuda
a que su obra sea conocida por la colectividad.
A pesar de todo, su categoría resaltaba, de tal forma que en enero de 1934, es elegido ilustrado de la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid. En ese mismo año viaja por toda Europa y Egipto pensionado por la Real Academia de Bellas Artes de san Fernando, de Madrid.
La inhumana Guerra Civil, que dividió a las dos Españas, cogió a
nuestro virtuoso, de vacaciones en Valencia. Ante la imposibilidad de regresar
a Valladolid, solicita del Ministerio su traslado provisional a la Escuela de
Artes y Oficios de la capital del Turia, finiquitada la contienda, Marco, no
regresa a su plaza de profesor en Valladolid, hecho motivado por haber ganado
el traslado a la Escuela Central de Artes y Oficios Artísticos de Madrid,
período de 1940.
A partir de este tiempo la ocupación del escultor es incesante, centrándose en cincelar monumentos en honor de los vencedores de la guerra y en tallar numerosos paso procesionales para Cuenca, y Ciudad Real. Su trabajo es considerablemente reconocido como lo señala el hecho de ser nombrando en 1943 Socio de Honor del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
En la década, de los años cincuenta se centró en la obra de carácter religioso de su taller madrileño salieron numerosísimas imágenes para iglesias, monasterios y hermandades de Cuenca, Madrid, Ciudad Real, Mota del Cuervo, Puertollano, Valencia, Valdepeñas, Tarancón, Fuentelespino de Moya, Avilés, Albacete, Elche, y muchas más localidades.
Al ofrecerse completamente a estos encargos y su forma tan guardada de corresponder a los ambientes sociales, y círculos artísticos lo mantienen alejado del avance tan insondable que el universo del arte vivió en el último siglo del II milenio. Obligatoriamente, en determinado momento se pudo sentir hechizado por los acontecimientos atrevidos que imponía, los rasgos del arte escultórico durante el siglo XX, que dejaba a tras los rasgos definitorios primordiales de la perdida de la condición figurativa, y a través del amplio abanico de opciones abierto por las sucesivas vanguardias, busca la aproximación al concepto de obra de arte de cualquier objeto tridimensional, convenientemente sometido a la acción o a la interpretación del creador.
Un trabajo constante que le aseguraba su existencia pudo más que su curiosidad por hallar nuevos caminos a la escultura, únicamente su labor como imaginero se vio alterada por la elaboración de algún que otro encargo: obeliscos fúnebres para familias pudientes encantadas con su estilo, plafones ornamentales para destinos diversos.
El reconocimiento del mundo artístico y pedagógico valenciano le vino a Marco Pérez, en el año 1966 al ser nombrando Académico correspondiente en Madrid de la Real de Bellas Artes de san Carlos de Valencia, jubilándose ese mismo año de su actividad docente.
El fallecimiento de su esposa María producido en el año 1975, sumado a la artritis que padecía desde hace años, le obliga a quedar al cuidado personal y profesional de su discípulo José Rincón, quien le acompañaría hasta los últimos momentos de su vida.
La bondad del escultor, su falta de interés personal, la enfermedad y los cambios en las modas artísticas ayudaron a que su taller fuera perdiendo dinamismo. Causando en Marco, un cuadro de hundimiento, que le llevó a rechazar el ser elegido miembro de honor de la Academia Conquense de Artes y Letras. Siguieron llegándole reconocimientos a nuestro Maestro y así en el año 1982 la Real Academia de Bellas Artes de san Fernando de Madrid le concedía el premio “José González de la Peña, Barón de Forma” correspondiente a un escultor que no fuera académico de la madrileña. El premio económico que ascendía a seiscientas mil pesetas, le auxilio y socorrió a D. Luis, en unos años donde los encargos no se sucedían, ayudándole a vivir. Vuelve a recibir otro reconocimiento, meses más tarde, siendo elegido Académico de Honor de la Real de Bellas Artes de san Carlos de Valencia.
Todos estos reconocimientos merecidos no lograron, alegrar la vida emocional y económica de D. Luis, es más, la pobreza y la soledad aumentaron, acompañándole hasta el final de sus días, hecho ocurrido el 17 de enero de 1983. El sequito luctuoso, lo componían su sobrino Jaime Pérez García, su discípulo José Rincón, (que nunca dejó plantado a su maestro), pocos amigos, y el padre Eusebio Gómez, que se encargó de rezar por el alma del difunto, en el campo santo de Nuestra Señora de la Almudena de Madrid, situado en el barrio de la ventas, del distrito de ciudad lineal.
TRASLADOS DE SUS RESTOS MORTALES A CUENCA.
El sábado 23 de febrero de 1985, sus restos mortales fueron exhumados, gracias al profesar del pueblo conquense y de toda la ciudad y provincia en sí. La gestión se realizó a instancias de la Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús de “El Salvador”, que deseaba que el artista encontrara definitiva y más digna sepultura.
Durante diez días se habían celebrado actos en su memoria como conferencias, exposiciones con parte de su obra, finalizando los actos culturales en su nombre con un concierto.
Los restos de D. Luis Marco Pérez, trasladados desde Madrid, fueron llevados a Cuenca para tributarle un solemne funeral, por el Obispo de la diócesis, monseñor Guerra Campos. El féretro fue llevado a hombros de compañeros y discípulos de la Escuela de Artes y Oficios, desde los arcos del Ayuntamiento escoltado por los guiones de las hermandades hasta la Iglesia Catedral Basílica, al tiempo que el Coro del Conservatorio armonizaba el Miserere del maestro Pradas, la comitiva fúnebre, desfiló delante de los trece pasos procesionales, colocados en diferentes naves catedralicias según el orden cronológico que siguen en los días de desfile. Estos mismos que surgieron de su infinita sabiduría artística y que sus ágiles manos labraron...
Los guiones y estandartes se inclinaron a su paso en señal de merecido y sentido homenaje a su “Padre y Creador”. Fue acompañado por las autoridades civiles y eclesiásticas sumándose también el orbe de la cultura conquense. Las altas cúpulas del templo cristiano presenciaban el impresionante silencio del momento.
Finalizado el réquiem, el cuerpo de Marco Pérez, fue conducido hacia el cementerio de san Isidro de Arriba, acompañado de gran multitud, los nazarenos de Cuenca, querían llevar en sus hombros al genio y alma mater de nuestros desfiles procesionales, como signo de gratitud y reconocimiento a la manera de portar sus pasos. El desfile fue guiado por la Banda de Música de Cuenca, dirigida por D. Aurelio Fernández Cabrera, que interpretaba para la ocasión, la marcha “Marco Pérez ha muerto” del compositor Alfonso Cabañas, hasta llegar al pequeño cementerio, que vence y eleva a la Hoz del Júcar, reposando definitivamente junto al cementerio de los canónigos, a la vera de otros artistas Federico Muelas y Fernando Zobel, aminorando un Huerto del Señor con sellos ilustres, es este rincón. Donde convendría escribir: un escultor de Cuenca, para toda España.
Es una realidad que sucede con excesiva frecuencia en España, y por deducido en nuestra tierra, donde no sabemos o no deseamos reconocer ni valorar, a nuestros virtuosos en sus distintos espacios culturales, en vida. Nos gusta justipreciarlos una vez muertos. En el caso de D. Luis logra que sea indiscutible lo sucedido con su figura. Los reconocimientos a título póstumo, como la medalla al mérito en las Bellas Artes, así lo ratifica. Hubieron de pasar unos cuantos años, quizás muchos, para que nuestro escultor ilustre, fuera recibiendo nuevos homenajes en Cuenca, y Valencia en donde sacaron a la luz, nuevos semblantes omitidos de su vida y obra.
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