Solidaridad significa unirse circunstancialmente a la causa de
otro, es ayudar, colaborar o cooperar con las demás personas para conseguir un
fin común, es un valor necesario para acondicionar la existencia humana. Todas las personas necesitan de los demás, por lo tanto es
importante aplicar este valor para hacer del mundo un lugar más habitable y más
digno, tomando como ejemplo a Jesucristo que hizo del amor el mandamiento que
debemos promover los que nos consideramos sus seguidores. Dando demostración de
su dogma y teniendo presentes principios básicos como la generosidad, la
amistad, y la ecuanimidad en nuestras actuaciones cotidianas.
Las hermandades y cofradías de Cuenca, forman parte de esta
realidad y cumplen realmente con lo mencionado en la descripción preliminar,
son en primer lugar asociaciones de fieles otorgadas como “religiosidad
popular”, la expresión de un pueblo en la búsqueda de Dios. Conjuntamente, en
el contexto de nuestra ciudad, las mismas son una de las principales estructuras
asociativas y de coexistencia ciudadana y social.
Uno de los propósitos que en sus orígenes tuvieron las
hermandades y cofradías que muchas todavía explicitan en sus constituciones antiguas
y renovadas, es la ayuda mutua entre cofrades, especialmente en casos de
necesidad espiritual y material.
Este propósito concuerda plenamente con la promoción y participación
en las celebraciones del misterio de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo,
a las que se dedican fundamentalmente las hermandades de Semana Santa.
Por otro lado, el contenido espiritual de correspondencia
pide que los hermanoscofrades, se ayuden mutuamente y la hermandad esté atenta
especialmente a los miembros que necesitan más atención. Ejemplo de estos principios sociales en nuestras hermandades
los tenemos en los orígenes de las mismas.
Así la Venerable Hermandad de Maria Santísima de la Esperanza, debe relacionarse directamente su advocación y devoción, con la existencia del Cabildo y Hospital de Peregrinos de Nuestra Señora de la Esperanza, que servía de cobijo a enfermos e impedidos en una época especialmente difícil.
La Archicofradía de Paz y Caridad, que tenía como entidad
principal el acompañar a los reos de muerte en sus últimos momentos. Según
rezaban sus constituciones fundacionales establecían, con todo detalle, el
desarrollo de las sucesivas ceremonias:
“Cuando al presidente de la Archicofradía le sea cierto -decía
el artículo primero- por el Tribunal de Justicia de ser colocado algún reo en capilla,
avisará a los hermanos mayores de las seis hermandades, para que por cada una
de ellas sean nombrados seis individuos que, puestos a la orden del presidente,
alternen día y noche en la custodia y cuidado del reo”.
Los condenados comían, por cuenta de la Archicofradía,
”cocido con gallina, teniendo a disposición inmediata chocolate y dos vinos generosos”,
debiendo condimentarse el cocido en casa del presidente, a la muerte del
procesado las cofradías que formaban la concordia se hacían cargo del cadáver para
su entierro, pidiendo limosnas los hermanos para aplicarlas en beneficio del
alma del ejecutado.
Para ello colocaban tres mesas, cubiertas con paño negro con
un crucifijo sobre ellas, con dos velas encendidas a sus lados, bandeja de limosnas
y una campanilla que se tocaba con frecuencia. Además de las líneas generales
de actuación por lo que se refiere a los condenados a muerte, las hermandades
que componían esta sociedad, mantenían tradicionalmente una especial
preocupación por el auxilio a los hermanos enfermos.
La de Nuestro Padre Jesús Amarrado a la columna establecía
en sus constituciones un cuidadoso sistema de auxilio a los enfermos, dejando
claro que “todo hermano, si cayere enfermo con calentura, tendrá derecho a ser
socorrido por la misma con una peseta diaria en metálico los primeros cuarenta
días: de continuar la enfermedad, y después de transcurridos otros cuarenta días,
o sea, a la tercera cuarentena, percibirá cincuenta céntimos durante cuarenta días”;
tales beneficios se exceptuaban cuando las enfermedades fueran “sobrevenidas de
mujeres, de armas de fuego, blancas o palos, a no ser que estas últimas hayan
sido casuales o en justa defensa”. Por su parte, las mujeres no tenían derecho a
socorro “cuando se hallen enfermas a consecuencia de embarazo o alumbramiento, hasta
transcurridos cuarenta días desde este último”.
La de San Pedro Apóstol, que se intitula como
“religioso-benéfica”, en su artículo 10 reglamenta la concesión de becas para
estudios de seminario y magisterio, siendo necesario para mantenerlas el acabar
el curso con sobresaliente.
La del Santísimo Ecce-Homo (de san Gil) como hermandad de
socorro, reglamentaba perfectamente sus relaciones con los hermanos y así,
cuando uno caía enfermo, debía presentar certificación del médico al hermano
mayor y a partir del día siguiente, era socorrido con 6 reales diarios (si en
ese momento se careciera de fondos, se recaudaría este auxilio entre todos los
miembros). Así lo contemplaba el libro de acuerdos fechado en el año 1928.
La de San Juan Apóstol Evangelista señala como uno de sus
propósitos principales de su existencia en sus disposiciones fundacionales, la
ayuda a los hermanos tanto espiritual (misas de salud, asistencia a entierros,
presididos éstos por seis religiosos del convento que eran acompañados por doce
hermanos portando sus correspondientes velas), como en existencias para poder
atender a sus miembros víctimas de enfermedades y calamidades. Acorde con estas
indicaciones, la entidad construye desde el año 2000, en colaboración con la
Nunciatura Apostólica de Brasil, la Casa de San Juan Evangelista en los arrabales
de Brasilia, para dar cobijo a jóvenes enfermos de cáncer. Al cuidado de éstos
quedaría encargada la Congregación de las hijas de Jesucristo, comunidad de
religiosas que ya tiene otros centros en ese país.
Vistos estos antecedentes iniciales en nuestras hermandades,
bien podemos afirmar que son el germen de la doctrina social, que debe guiar el
sentimiento de las mismas antes y ahora, como una cualidad que debemos asumir
en emergencias y desastres. Resaltando que la ayuda es una característica de la
cordialidad que enseña al hombre a sentirse unido a sus semejantes y a la
cooperación con ellos, las necesidades sociales de los hombres actualmente no
son las mismas que cuando se constituyeron las referidas confraternidades.
La de Nuestra Señora de la Soledad (del Puente) contempla
entre sus fines principales la asistencia a enfermos, teniendo la obligación el
hermano mayor de visitar a quienes se encontraran en esta situación, dando
cuenta de su estado a la cofradía, auxiliando a los necesitados con dos onzas
de chocolate, medio litro de leche y cinco monedas, mientras se mantuviera en
su estado.
Hoy por hoy, la aguda crisis que estamos padeciendo a nivel
mundial y en concreto en nuestra ciudad, nos mueve y obliga a ello la gravedad
del momento, el sufrimiento de muchas personas, especialmente los más
desprotegidos hace que sean muy numerosas y significativas las labores de
caridad y ayuda social, implicando a las cofradías a suscribir convenios de
colaboración para estrechar sus relaciones, aunar esfuerzos y establecer líneas
de actuación para ayudar a los más necesitados de su entorno, comenzando en los
diferentes ámbitos benéficos, ya sea desde las Caritas parroquiales de nuestra
ciudad, que más que una organización para solucionar algunas situaciones de
pobreza, más o menos graves, ejemplifican una dimensión esencial de la
comunidad cristiana y de todos sus miembros que tienen por símbolo los
corazones, estableciendo un mismo móvil de acción: el amor al hermano; y un
idéntico objetivo: servir a los más pobres o a través de distintas
instituciones y organizaciones a modo de ONG católicas: la acción caritativa y
de humanidad.
Como Cáritas, que en su trayectoria asume un triple compromiso
en su acción social: informar, denunciar y sensibilizar a la opinión pública
sobre las situaciones de pobreza y vulnerabilidad; sus causas, consecuencias y
la posibilidad de participación en el cambio. Como Manos Unidas, que lucha
contra la pobreza, el hambre, la malnutrición, la enfermedad, el subdesarrollo
y contra sus causas. Como Vivere, creada para colaborar con la acción evangelizadora
y social de Don Andrés Carrascosa Coso, en ese momento arzobispo y Nuncio de su
Santidad en el Congo. Como la Asociación Benéfico-Cultural Ayuda Cité-Soleil,
que pretende procurar una alimentación adecuada y continuada a los niños que
acuden regularmente al colegio en un suburbio de Puerto Príncipe (Haití), y
que, dependiente de las religiosas del Hospital de Santiago, proporciona el
apadrinamiento de los niños que atiende. O como Aldeas infantiles, de contorno
no confesional, con carácter privado, y que desarrolla su labor en un ámbito
mundial, ayudando a la infancia con representación en nuestra ciudad.
Nuestra ocupación y tenacidad como hermandades es aprovechar
todas las posibilidades que se ponen a nuestro alcance para convertir esa
piedad popular de nuestra Semana Santa que se resume en unos claveles a los pies
del Cristo de los Espejos, puesto por una abuela, desde que su nieta se “desenganchó”
de una mala compañía. En un beso tembloroso de una madre a las manos de la Virgen
de las Angustias solicitando una salida para sus hijos, o en el silencio de una
oración rezada mientras se camina detrás de nuestros pasos bajo la advocación
de “Jesús con” donde se va consumiendo la cera camino de una iglesia, en
testimonio de Cristo, y el terreno para llevarlo a cabo es el ambiente
cotidiano, la realidad social, con la que nos relacionamos y a la que no
podemos ni debemos ignorar si queremos nuestro compromiso con el mandamiento
nuevo que nos dio el Señor: que nos amemos todos como nos ama Dios, concibiendo
que sea existente y cierto.
Cuando el nudo en el vientre, que cada primavera nos produce
sentir que ya llega la hora de estar en la calle, cuando la banda de cornetas y
tambores de la Junta de Cofradías suene a lo lejos anunciado que el Nazareno ya
porta su Cruz por la Vía Dolorosa de Cuenca, el olor a cera virgen nos absorba
el alma, y advirtamos que al desfilar los pasos de misterio van reflejando
claramente los rostros de la pobreza humana. Al igual que hicieran con “Jesús” nuestros
prójimos también son negados, traicionados, abandonados, azotados, deshonrados,
contrariados… Estos estremecimientos nos obligan a comprometernos todos, a
tener siempre preparada nuestra túnica diaria y estar dispuestos para custodiar
a este “Jesús” de todos los días tan desconsolado.
Aprovechemos que Cuenca tiene 36 hermandades para “regalar”
a través de sus hechos a Jesucristo a la sociedad, actuando en correspondencia
entre todos y dando demostración de unidad y de asistencia a los demás.
Rafael Torres Muelas
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