DON JULIÁN BEN TAURO: MOZÁRABE TOLEDANO QUE FUE OBISPO Y PATRÓN DE CUENCA
Domingo, 26 de Enero de 2020. Cuenca | Rafael Torres/El Día digital.es
El próximo día 28 de enero, la ciudad de Cuenca festeja la festividad de su segundo obispo y patrón de la ciudad, San Julián. Se cumplen 812 años del fallecimiento del “Padre de los Pobres”, aunque lo adecuado es decir que su muerte tuvo lugar el 20 de enero, como lo atestiguan los Obituarios antiguos de la catedral de Cuenca.
Por otra parte, no hay constancia escrita que este segundo obispo de Cuenca haya sido canonizado formalmente alguna vez, aunque sí haya habido “tentativas”, al menos en el siglo XVI. Fue por aclamación popular y teniendo en cuenta la infalibilidad y certeza del pueblo, ante la multitud de milagros efectuados por su intercesión, sobre todo a partir del descubrimiento, hacia 1518, de su cuerpo incorrupto, además de haber sido inscrito en el catálogo de los santos, en 1584.
Julián ben Tauro escrito en árabe fue, un hombre pobre, limosnero y taumaturgo. Mozárabe y toledano que recayó en la diócesis conquense en la primavera de 1198, cuando la ciudad de Cuenca, comenzaba a organizarse tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Sustituto del primer obispo de la ciudad, don Juan Yánez, también toledano y mozárabe que no pudo terminar la puesta en marcha de la sede eclesiástica, constituida por el papa Lucio III, a petición de Alfonso VIII, en 1182, dependiente de Toledo.
Siendo don Julián diácono principal de Calatrava, en el arzobispado toledano recibe la orden de sustituir a don Juan Yánez. Su labor en Calatrava es encomiable, pues estaba situada en tierra de moros, como un islote, su talante y la forma de ser y actuar le hizo salir airoso en la solución de los problemas que se fuesen mostrando.
El 25 de mayo de 1198 ya recibe el título de obispo de Cuenca haciéndose cargo de construir la diócesis conquense. Desde el primer momento de su llegada su forma de ofrecer su concepción cristiana hace que se gane el respeto y la devoción de los repobladores llegados desde tierras del norte, Castilla, La Rioja, Navarra y el sur de Francia, al recién conquistado territorio musulmán. Comienzo de la edificación de la futura diócesis conquense.
La singularidad del nuevo obispo, cala pronto entre la población, su afán por procurar la paz, el bienestar, y hasta la educación no sólo de los suyos, los cristianos, sino igualmente de los no cristianos, judíos y musulmanes es una constante en la vida de San Julián. Puso en marcha la obra de la catedral, que ofreció y dedicó a Santa María, como buen devoto de la Madre de la Iglesia, labor que no pudo ver terminar. Creador del primer Estatuto para los canónigos conquenses en el año 1201, donde muestra una autentica preocupación por el bienestar material de sus componentes.
Hacendoso del mimbre, tejía cestas en el paraje del Tranquilo, para con su venta ayudar a mejorar a los desfavorecidos y menospreciados. Amante de la oración a Jesús en solitario abandonaba la ciudad para emular a los antiguos Padres de la Tebaida en la ladera del cerro de la Majestad, junto a su criado y limosnero San Lesmes.
Desde el inicio de su mandamiento eclesiástico en tierras conquenses el bueno de San Julián dejó una gran huella entre todas personas y en particular en los más desafortunados. En una diócesis recién creada todo eran dificultades que en algunas veces llegaron a ser desastrosas como la falta de alimentos, la invasión de graves epidemias que como siempre se cebaban con los más desafortunados. La ayuda que prestaba San Julián a esas gentes resultaba para ellos como verídicos milagros de salvación.
Una de las grandes virtudes de San Julián fue el ser obispo y pastor de su pueblo de forma sabia y cuidadosa además y sobre todas las cosas, fue un verdadero padre de los más pobres, justificando desde el primer momento el apelativo de Vere Pater Pauperum.
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