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NO PERDAMOS LA ESENCIA DE NUESTRA SEMANA SANTA



     
La Semana Santa de Cuenca hunde sus raíces en una tradición de siglos y sigue manteniendo viva la presencia de unas determinadas costumbres de arraigo en lo más profundo de los nazarenos  que participan en ella. Así, siglo tras siglo, y con 500 años de antigüedad  la Semana Santa ha conseguido ocupar  un lugar privilegiado entre las más impresionantes de toda España.

Esta devoción eterna que sentimos los conquenses fue declarada de Interés Turístico Internacional en el año 1980 junto a Sevilla, Málaga y Valladolid.  Presumiendo  de ser una de las primeras de España en conseguir esta prestigiosa “denominación de origen” de las fiestas religiosas nacionales. Logrando por sus peculiaridades intrínsecas una gran promoción turística de las tradiciones y costumbres de España tanto en el interior como en el exterior.

Estas singularidades propias que mantiene la Semana Santa y que la hacen diferente del resto, se fundamentan,  en una sucesión de desfiles procesionales  que mantienen el orden cronológico en la representación de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.  Sus procesiones están marcadas por la llama del  fervor, y la ruda sobriedad en los adornos que la complementan, huyendo de lo superfluo y recargado. Típicos rasgos de las tierras de la Meseta Castellana.

Las magníficas esculturas  y grupos procesionales llenas de realismo, belleza y calidad que desfilan en las procesiones son firmadas por  escultores de la talla del laureado Luis Marco Pérez, José Capuz, y Federico Coullaut-Valera Mendigutía, reconocidos mundialmente y considerados como unos de los mejores imagineros en la realización de figuras y pasos  de carácter religioso del siglo XX. La Edad de Oro de este arte.   Manteniendo durante todo el año un museo de escultura en todas las iglesias donde reciben culto estas excelsas  imágenes.

Otra idiosincrasia propia que diferencia a los desfiles conquenses con los del resto de España, es la particular forma de desfilar con los pasos en las procesiones. Estos son portados por los “banceros”, un cargo original y propio del lugar, cuyo término se utiliza solo en Cuenca. No hay ningún paso que se lleve a costal o en carro. El bancero coloca su hombro sobre los varales

o palos llamados banzos que sujetan las andas donde va colocado el Paso procesional. Y ahora bien lo mejor, además de soportar un tremendo peso físico durante cerca de 9 horas que duran los desfiles procesionales, estos tiene que pagar por portar las imágenes en una dura subasta con precios que oscilan entre los 300 y los 2.200 euros.

Me faltaría hablar del escenario que hace posible que todas estas imágenes  brillen con luz propia y escenifiquen su “verdad” y el porqué de su creación. Ese espacio convertido en teatro de historia y  sueños  es  la bella ciudad de Cuenca. Creada  por la mano celestial  sobre un pedestal de rocas en busca del cielo.  Solamente una ciudad como Cuenca podía tener una Semana Santa sublime y distinta al resto de las demás ciudades españolas. Denominada con acierto la “Jerusalén de Castilla” por su similitud con la “Vía Dolorosa “de Tierra Santa.

Ver desfilar las imágenes por sus calles escarpadas, junto a casas que han sido construidas en compleja disposición, ascendiendo las laderas del Cerro de la Majestad y del Socorro, sobrecoge el alma del creyente y del curioso observador que se pregunta en su interior, ¿Qué devoción, o fe tienen que tener para estar ahí debajo del madero, soportando tanto peso?

No cabe duda, la Semana Santa de Cuenca es una catequesis  viva de la Pasión de Jesucristo en una meritoria tierra apostólica.  Las Hermandades mantienen vivo el respeto piadoso al Creador, exteriorizado y dignificado en sus desfiles procesionales donde exponen y muestran como un texto evangélico los acontecimientos más significativos de la salvación humana. Hasta el punto que uno puede llegar a sentir la presencia de Jesús en el recorrido evocador que día a día hacen sus desfiles.

Podemos afirmar, que quién visita Cuenca en Semana Santa reconoce que es fácil llegar a vivir una experiencia espiritual que deja honda huella en la sensibilidad cristiana percibiendo la delicada presencia del amor infinito de Jesús hacia la humanidad al encontrarse con su semblante en cada calle de la ciudad colgada. 
 
Los nazarenos  con su penitencial hábito y en su  particular cruzada llevan la muerte a lo más alto de la ciudad, a través de calles pendientes y estrechos vericuetos que suben hasta el Calvario escenificado en la Plaza Mayor. Allí la Cruz alza a Cristo delante de la Catedral, ante miles de personas que muestran una fuerte comunión de afectos, sin saber por qué.

 La procesión debe continuar. Marca el paso la campana con su tañar de muerte.  Los penitentes tienen que seguir cabizbajos y solemnes el recorrido de sudor y sangre, abordando y descubriendo en cada paso del desfile  el sufrimiento de “Jesús”. Ese es el propósito bendito de enmienda en el recorrido del fervor conquense por sus estrechas calles y largas cuestas, rincones de Cuenca en piedra viva que guardan estrecha relación con el vivido por el Salvador.




Pero falta lo más importante, para que estos desfiles emocionen y brillen tanto al que participa en ellos como al que los ve.  La  atención, y el mimo, junto con el   cuidado y  esmero que ponen los miles de nazarenos en cada detalle que conforma el recorrido desde que se inicia hasta que finaliza en la iglesia de salida bajo su capuz. Porque la Semana Santa de Cuenca rebosa de una  belleza natural  y de una gran  personalidad propia. Hasta el punto que cuenta con sus propios compositores musicales que dotan a los desfiles de un ritmo acompasado y  propio que ayuda a soportar el peso de los pasos procesionales.

En grandes rasgos este es el conjunto de características permanentes e invariables que determinan  la Semana Santa de Cuenca, única como la ciudad y sin las cuales no sería lo que es. Y es más, me atrevo a decir que  no hubiera llegado nunca  tan lejos en el tiempo como lo ha hecho.

Ahora bien, vengo observando año tras año en la Semana Santa de Cuenca, que en cada desfile que la forma  se van incorporando por parte de algunas Hermandades, elementos nuevos, que poco tienen que decir y significar en nuestras procesiones.  La tendencia e inclinación, desde mi punto de vista,  es simple y llanamente la acción de imitar a otras Semana Santas y en particular a la  de la zona del sur.

Nuestras procesiones se han llenado de incensarios o botafumeiros que llenan el recorrido procesional de materias aromáticas. Cuando solo  debe oler a cera quemada. Que yo recuerde, ese elemento  no es propio de nuestra Semana Santa. Estos turíferos  en algunos desfiles son llevados por  jóvenes revestidos con adornadas dalmáticas que poco o nada tienen que ver con los orígenes de la  Semana Santa, pues resulta ser una vestidura litúrgica propia del diácono.

Se empieza a imponer en determinadas Hermandades la iluminación de las imágenes con solo la llama de las velas en detrimento de la luz artificial tan característica en nuestros pasos. La llamada del inicio de la procesión con el  redoble del tambor y las trompetas se ha cambiado en algún desfile por el golpear del picaporte contra la puerta. Se introducen dentro del desfile coros de voces de niños cuando el único canto oficial es el del Miserere y el Stabat Mater por parte del Coro del Conservatorio en las escaleras del Oratorio de San Felipe Neri.   

Capítulo aparte merece la decoración de las imágenes para la celebración de la Funciones Religiosas muy barrocas y ornamentadas en su mayoría. Lejos, muy lejos de cómo se venían celebrando  en las Hermandades en otra época.




Creo que debería de existir dentro la JdC una autoridad de protección de la Semana Santa para que salvaguardara el patrimonio cultural y original de la misma. Hasta el punto de  qué la Hermandad que quisiera introducir algún “elemento nuevo” en el desfile debería de comunicarlo a la Institución Nazarena, y está decidiría si lo autoriza.
 

            Todo ello con el fin único  de preservar la Semana Santa intacta y pura, manteniéndola para la herencia común de las generaciones venideras de nazarenos y para la humanidad en general como un bien cultural y religioso.

Recuerdo una anécdota del pregonero de este año, Fray Carlos Amigo Vallejo, ocurrida en Sevilla, en el año 2001 cuando la Semana Santa de Cuenca estuvo presente en la V Muestra Nacional De Artesanía Cofrade (Munarco), que se celebró en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla. El paso de Nuestro Padre Jesús Caído y la Verónica “La Caída”, represento a la Semana Santa de Cuenca, estaba expuesta con los banzos y las almohadillas y tenía apoyadas unas horquillas-tal cual desfila- delante del paso había unos tambores de turbas y unos clarines.

El Cardenal Fray Amigo, arzobispo de Sevilla en aquel tiempo, realizó una visita a la exposición  y al pasar por al lado del paso de La Caída quedó gratamente sorprendido de ver la puesta en escena del Paso. ¿Para qué sirven estos palos y estas varas de madera? ¿Y esos tambores y esas trompetas quién las toca?

Le respondí dándole una explicación de nuestra particular forma de portar los Pasos en procesión “al hombro” y el significado de las horquillas.  Después de la oportuna explicación me dijo con su particular guasa andaluza: “Tienen que tener ustedes muchos pecados para soportar tanto peso en sus hombros durante tanto tiempo seguro que el Señor se los perdona”.

Seguidamente, le hable del significado del tambor y del clarín y de la Procesión Camino del Calvario, única en el mundo, me respondió que le gustaría conocerla. En aquella ocasión la Semana Santa de Cuenca fue invitada junto a la de Córdoba y Ciudad Real, para darse a conocer. Y por sus propias cualidades y virtudes y manteniendo  su tradición inalterada   sorprendió a todos los asistentes a la muestra cofrade, razón de más para que sigamos conservándola indemne por los siglos de los siglos.
Fotos y Texto: Rafael Torres. 
Publicado en la revista la Voz de la Pasión. Abril de 2019. 

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